Somos cómplices en robar corazones ajenos y hacerlos nuestros. Como si nadie los echaría de menos, cómo si a nadie le importaría, cómo si arrancar un corazón no supondría ningún dolor. Como si no se necesitarían tiritas para tapar ese hueco, como si los sentimientos no se escaparían por ese agujero, ni el dolor se quedaría para hacerle duelo. Somos cómplices en robar corazones con la mirada, abriendo pechos y escarbando sin compasión... ... sin sentir. Dejandonos llevar simplemente por el echo de que alguien, algun día, se llevó el nuestro y nos contagió su enfermizo deseo de apuntar al corazón.
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