La tonalidad de la noche
incendia con polvo estelar sus pupilas.
Se deja acariciar
por la ternura de Casiopea
y se olvida por un instante
del canto de las nereidas.
La noche sabe dar guerra,
sabe morder el silencio
y tragarse su aullido.
Sabe besar el corazón
de los lobos solitarios
y dejar huérfano el amanecer.
Pero él, allí sigue,
jugando a las runas con las ninfas apostando sus pasos y su vida.
¿Encontrará el norte,
o seguirá acariciando el bosque?
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